ARTETERAPIA

Fecha: 28 Abril 2012 / Dentro de: Actualidad / Compartir en: Share with Facebook Share with Twitter

Artículo original de María del Río, Belén Sanz-Aránguez y Mónica Cury

Arteterapia (18/01/2012)

Cuando el trabajo artístico no es separable del terapéutico

Referentes históricos Adrian Hill, el pionero.
La consideración del arte como una forma de tratamiento terapéutico empezó a considerarse durante la Segunda Guerra Mundial gracias, al menos en parte, a la experiencia de Adrian Keith Graham Hill (1895-1977), un artista británico que mientras convalecía de tuberculosis en un hospital se liberaba de sus miedos y malos recuerdos pintando. Hill comenzó a compartir con otros enfermos heridos de guerra los efectos positivos de esta actividad creativa y, al terminar el conflicto, comenzó a trabajar en el hospital convirtiéndose en el primer arteterapeuta, concepto que él mismo acuñó en 1942.

La actividad artística favorece la aparición de un espacio abierto al cambio. Cuando este espacio se convierte en espacio terapéutico se transforma en un lugar para la creación de nuevas vías de posibilidad vital. La actividad artística como forma de expresión genuina del ser humano se encuentra presente en casi todas las culturas desde tiempos inmemoriales. Si bien su práctica a menudo ha sido vinculada a la locura, numerosos estudios apuntan a colegir que la actividad creadora resulta ser un “protector” de la salud mental, más que un “desencadenante”, y que su práctica es posible no gracias a la enfermedad sino a su pesar. Quizás por esto aquellos artistas más cercanos al padecimiento psíquico encontraron en el arte una forma de vida, una vía de alivio del sufrimiento.

En las últimas décadas del siglo XIX se pusieron de manifiesto ciertas ventajas que ofrecía a médicos y enfermos mentales el trabajo artístico, especialmente en dos aspectos: la comprensión diagnóstica, por cuanto de sus formas o de sus temáticas se desprendían elementos que se suponían específicos para cada enfermedad, y la llamada pintura psicopatológica, a través de la cual el enfermo conseguía salir de su hermetismo a través de una actividad que parecía serle gratificante.

Por otra parte, el estrechísimo vínculo que el arte había mantenido durante siglos con la figuración y el realismo empezó a debilitarse a partir del Romanticismo. El artista comenzó a tomar como modelo sus tormentosas batallas interiores y poco a poco fue necesitando de un lenguaje formal diferente, no sometido a la literalidad de los volúmenes, colores y luces que le presentaba la naturaleza; de esta forma se internó en el universo de la percepción, de las ensoñaciones, hasta desembocar en los paisajes plásticos más esenciales, formados únicamente por planos, trazos, colores, texturas…

Un nuevo concepto: la expresió

A partir de aquí, el artista se convirtió en un genio, en un innovador, más que en un virtuoso del dibujo, el modelado o la pintura. El valor de su obra comenzó a ser ligado a un concepto nuevo: la expresión. Esta nueva verdad, no impuesta por la Academia o por la Cultura, sino por el propio creador, favoreció la aparición de nuevas formas de creación que llegaron hasta los museos y galerías a través de pinturas, dibujos, esculturas y objetos en general provenientes de mundos infantiles, pueblos exóticos y hospicios o centros de internamiento psiquiátrico.

El interés de algunos coleccionistas como Prinzhorn por la obra de los enfermos mentales y de artistas como Dubuffet por lo que él denominó “arte bruto”; la exposición de Arte Degenerado celebrada por los nazis en 1937 en Munich, en la que artistas como Kandinsky o Paul Klee eran puestos como ejemplo de la degeneración y enajenación humana; junto con una “conducta extravagante” que parecía indispensable en el artista, contribuyeron a consolidar una relación antaño mítica: la del artista loco, que ha tenido consecuencias poco interesantes desde el punto de vista artístico y ha llenado de tópicos las expectativas de muchos de quienes se han acercado a la enfermedad mental, pretendiendo encontrar una legión de genios por descubrir.

Al mismo tiempo, la aparición del psicoanálisis y con él el “descubrimiento” del inconsciente proporcionaron una nueva perspectiva: para Freud (y especialmente para algunos de sus discípulos como Jung) las producciones artísticas constituían una valiosa fuente de revelaciones inconscientes, por cuanto se consideraba que el mecanismo censor que se ponía en marcha en todo discurso verbal se encontraba significativamente debilitado en el artístico. De esta forma, las creaciones artísticas de los pacientes podían ser analizadas en busca de vestigios del inconsciente que proporcionaran elementos desde los que activar procesos de concienciación y, por lo tanto, de curación.

Estas dos circunstancias: el abandono de la figuración como valor artístico esencial en favor de la expresión y la consideración de la actividad artística como vía de acceso a los contenidos inconscientes, acontecidas en ámbitos tan diferentes como el artístico y el médico, dieron lugar a toda una corriente en psiquiatría que comenzó a utilizar expresamente el material artístico producido por los internos psiquiátricos, más allá de su clasificación diagnóstica, como instrumento terapéutico complementario.

Orígenes del arteterapia

En 1942, Adrian Hill, un artista enfermo de tuberculosis que pasaba su convalecencia en un hospital, comenzó a pintar en sus ratos libres. Poco tiempo después esta práctica se extendió a otros enfermos, al comprobar que gracias a ella su estado emocional mejoraba, permitiéndoles afrontar el tratamiento con una mejor disposición. Su experiencia en ese tiempo le llevó a referirse por primera vez a una nueva vía terapéutica, a la que denominó arteterapia.

El final de la Segunda Guerra Mundial dejó, como una de sus más importantes secuelas, tal número de heridos que hubieron de ponerse en marcha nuevos dispositivos de atención médica y social para hacer frente a la situación. En este contexto se desarrollaron numerosas formas de psicoterapia grupal, muchas de las cuales comenzaron a preocuparse por los procesos creativos y artísticos. Algunas de ellas, como el Psicodrama o la Gestalt, fueron claves para el desarrollo de vías de abordaje terapéutico que tuvieran en los procesos de creación, simbolización y proyección principios referenciales básicos.

A partir de los años 50 comenzaron a conocerse los trabajos que, en ámbitos psiquiátricos y educativos, realizaban psicoterapeutas como Margaret Naumburg, Florence Cane o Edith Kramer (quien había podido observar los beneficios del trabajo de Friedl Dicker-Brandeis con niños en el campo de concentración de Terezin). Estas autoras, consideradas pioneras, hicieron de su labor un referente histórico teórico y práctico del arteterapia, iniciando un recorrido que se ha venido desarrollando sin pausa hasta la actualidad, primero en Gran Bretaña y en Estados Unidos y, posteriormente, en el resto del mundo.

El arteterapia como disciplina

Para el arteterapia el trabajo artístico no es separable del trabajo terapéutico. La actividad creadora pone en marcha toda una serie de procesos vitales (defensivos, adaptativos, valorativos, de control, etc.) que tienen sentido en tanto mediadores entre la realidad externa e interna del sujeto, y desde los cuales es posible ir más allá del límite de la palabra, adentrándose en la realidad personal del creador con el fin de comprenderla, representarla y, en último término, resignificarla.

El espacio de creación (por ejemplo, el papel) es fundamentalmente un espacio relacional, emocional, sobre el que el sujeto actúa mientras se representa; su valor viene dado en función de aquellas cargas afectivas y estéticas que lo convierten en lugar para la experimentación, para el desarrollo del juego simbólico y proyectivo. Su versatilidad, su flexibilidad, pero, sobre todo, su carácter provisional y posibilista, su capacidad para absorber el error o el azar como parte consustancial lo hacen especialmente apropiado para el trabajo con los recursos y vías adaptativas, la tolerancia a la frustración, o la capacidad para detectar problemas e idear soluciones.

El quehacer artístico alude a una forma no verbal de relacionarse e interactuar con la realidad exterior, basada en factores no racionales, sino sensoriales, emocionales, intuitivos, evocadores, etc. Gracias a ello es posible hablar de una labor conjunta (arteterapeuta-paciente) de exploración y transformación del continuo sujeto-realidad en relación con la capacidad de adaptación efectiva de cada individuo: recursos, habilidades, vías de afrontamiento, estrategias defensivas y vinculares, etc.

El despliegue del universo artístico que es propio de cada ser humano proporciona una vía de conocimiento que se formula únicamente en imágenes, no sujeta a construcciones estandarizadas (juicios morales, estructuras gramaticales, correlación semántica, etc.), sino a soluciones personales, cuyo sentido está en función del compromiso que el artista asume con el proceso de creación de su obra.

No importa por tanto el grado de veracidad del contenido que se nos presenta, sino su presencia misma. Tanto en la temática como en la forma, dicha presencia habla de un “estilo”, de una manera de estructurar los diferentes elementos y resolver el problema de los límites espaciales que se encuentra profundamente enraizada en la realidad misma del sujeto, en su manera de comprender el mundo y de comprenderse a sí mismo, en su vida. Desde aquí es posible acercarse al universo del paciente, explorarlo sin que ello suponga amenaza alguna, sabiendo que lo que se presenta es siempre una totalidad, pero que el acceso (racional) a esta totalidad se encuentra, por definición, restringido.

En este sentido, la repetición, en tanto vía de trabajo con aquellos elementos que resultan más propios, resulta clave, pues proporciona pistas, huellas, puntos de anclaje sobre los que construir otros diferentes. El internamiento en la diferencia a menudo no es posible sino de la mano de lo conocido, de aquello que proporciona seguridad y confianza.

Vía de trabajo con enfermos

– La actividad artística, como vía de trabajo terapéutico, permite el trabajo con la persona, más allá d e su condición de enfermo, por cuanto tiene sentido sólo cuando ésta pone en marcha su potencial saludable (recursos, capacidades, motivaciones).
– Proporciona una vía de conocimiento (autoconocimiento) diferente, en la que es posible conjugar y comprender aspectos de su realidad que no podrían argumentarse desde el lenguaje verbal, salvo que se modificaran, censuraran, limitaran, etc.
– Da lugar a un espacio de experimentación, de “entrenamiento”, seguro y contenido, en el que es más fácil realizar movimientos dirigidos a la transformación o al cambio.
– Desencadena un proceso que es fundamentalmente adaptativo, por cuanto está sometido a unas reglas, soporta unas limitaciones y tiene una función que es esencialmente expresiva y comunicativa. Esto hace que el trabajo en el ámbitointersubjetivo sea especialmente significativo, favoreciendo la aparición de situaciones experienciales basadas en la confianza, el respeto o la colaboración.
– Permite atender a aspectos fundamentales para el reconocimiento personal y el desarrollo del autoconcepto, especialmente en relación con el otro, como son los procesos de valoración, atribución y afrontamiento o el desarrollo de funciones yoicas/ cognitivas (atención, percepción, memoria, comprensión, voluntad, anticipación, etc.) encaminadas a la autoconfianza, elautoconocimiento y el control.
– Se trata de una actividad que vincula al creador consigo mismo, así como con su entorno más cercano, con sus recuerdos y con sus pensamientos (por elementales que sean), invitándole a representarlos en función de criterios sensoriales, emocionales, estéticos o poéticos, en lugar de a estructuras lógicas verbales; siendo así posible dar paso a un acompañamiento poco invasivo, no amenazante, no sujeto a las dificultades o suspicacias propias del discurso verbal.

Conclusiones

La realidad no es sólo su representación verbal, es todo aquello que se pone en juego en el momento de intervenir en el mundo, de relacionarse con él, con los otros. La actividad artística favorece la aparición de un espacio abierto a la posibilidad, a la transformación, al cambio. Cuando este espacio se convierte en espacio terapéutico se transforma en un lugar para la creación de nuevas vías de posibilidad vital. La creación da lugar a cambios que, más allá de lo formal, llegan a transformar la función que cumplen los conceptos, de forma que puedan ser transferidos a otras áreas de la experiencia.


Escribe tu comentario